jueves, 14 de febrero de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS, ANIKAH

(Mira lo que me haces escribir)

Beltrán recorría los pasillos de aquel palacio apresuradamente. El frescor del interior del edificio hacía visible su aliento, que exhalaba muy seguido. Finalmente, llega ante una gran puerta de madera, sobriamente decorada, que es abierta por un joven doncel, con la mirada fija en un punto lejano. Tras ella se presenta una amplia sala, decorada al fondo por dos pomposas sillas, colocadas sobre un pequeño podio, adornado por unas aterciopeladas telas rojas. Sobre la pared del fondo, el mismo tipo de tela, coronado por una gran águila de trazos renacentistas con el escudo del antiguo reino de Castilla en su interior. Beltrán cae arrodillado nada más entrar.

- Poneos de pie, mi buen Beltrán,- responde una voz -, y contadme qué es aquello tan importante que queréis contarme.

Beltrán se pone de pie y mira a su interlocutor, sentado en una de las ricas sillas del podio y envuelto en una capa de tonos reales.

- Majestad...,- masculla Beltrán, desviando la mirada -. Es sobre la revuelta en tierras de Cuéllar. El pueblo ha conseguido penetrar en el castillo del Condestable y hacerse con el control del mismo. Menos mal que el Condestable pudo huir y zafarse de la muerte a la que sus vasallos querían darle y...

- Beltrán,- el rey Enrique le interrumpe con voz serena -. Hijo mío. ¿Por esas nimiedades pides urgente audiencia real?

Beltrán le mira, sorprendido.

- Pero... Majestad...

Enrique abre su capa, dejándola caer sobre el trono, a modo de manto que lo recubre. Beltrán abre los ojos de par en par, para volverse, sonrojado.

- ¿Qué os turba, mi buen Beltrán?

- Mi... mi señor...,- tartamudea Beltrán -. Es... estáis desnudo...

- ¿Y eso os hace sonrojaros?,- sonríe Enrique -. No hay nada que vos no sepáis. Mi cuerpo es el mismo que el vuestro. ¿O acaso hay alguna diferencia?

- Señor, por Dios, tapaos...

- Soy el rey de Castilla, y puedo hacer lo que quiera. ¿O no es verdad?

- Sí, es verdad, pero hay unos límites...

- ¿Tratáis de limitar el poder divino de vuestro rey?,- la voz de Enrique suena altanera -. Desnudaos.

- ¿Perdón?,- Beltrán vuelve el rostro hacia Enrique, lleno de estupor.

- Que os desnudéis. Tal vez vuestro estupor provenga de una posible diferencia entre vuestro cuerpo y el mío.

Beltrán, tímidamente, con el rostro gacho, comienza a despojarse de sus ropajes hasta quedar completamente desnudo.

- Hum... Músculos marcados... Cuerpo poblado de vello... Heridas y cicatrices recorriendo vuestra anatomía... Aparte de todo eso, somos muy parecidos. Venid hacia mí,- Beltrán permanece inmóvil -. Venid os digo. ¿Acaso estáis desobedeciendo una orden directa de vuestro rey?

Beltrán, tímidamente, vuelve el rostro hacia Enrique, aunque al momento lo baja a tierra. Se acerca poco a poco hasta él.

- Arrodillaos. Y alzad el rostro. ¿Qué veis?

Beltrán alza poco a poco la vista, y se encuentra a pocos centímetros del pene del rey. Al verlo, Beltrán vuelve a bajar el rostro. Enrique coloca su cetro en el mentón de su valido y lo alza, obligándole a fijar su mirada en su pene, que en ese momento comenzaba a crecer y erguirse.

- Mi buen Beltrán,- le responde Enrique, sonriendo soberbio -, os doy licencia para que podáis palparlo,- Beltrán se sonroja -. No, no es un permiso. Es una orden. Palpadlo.

- P-pero, mi señor...

- Por todos los santos...,- murmura Enrique -. ¿Acaso tengo que enseñaros cómo se hace?

Enrique se inclina hacia Beltrán, quedando su rostro a pocos milímetros de la faz de su valido, faz que se torna blanca y comenzando a perlarse en sudor.

- M-mi señor... ¿Q-qué...?,- susurra Beltrán. Enrique tan sólo sonríe.

- Al final voy a estar equivocado y nuestros cuerpos no son tan parecidos... Es más grande y poderosa que la mía.

Beltrán baja el rostro. Efectivamente, Enrique había tomado en su mano su miembro, comenzando a acariciarlo suavemente. Como consecuencia, su miembro estaba empezando a tomar forma, predisponiéndose a cualquier acto lascivo.

- ¿Veis?,- pregunta el rey -. No es tan difícil. Ahora vos.

Beltrán, dudando durante unos instantes, finalmente, tímido, imita a Enrique y acaba acatando su orden. Al poco, Enrique se apoya sobre el respaldo de su trono, cerrando los ojos y dibujando una amplia sonrisa en su rostro.

- Si gustáis...,- responde de repente Enrique.

- ¿Cómo?

- No me digáis que también os tengo que enseñar eso.

- No, no. No hace falta...

- Bueno, si insistís...

Beltrán trata de parar a Enrique, pero la perenne sonrisa lasciva del rey se lo impedía. Enrique se levanta del trono para arrodillarse delante de Beltrán, quien se inclina hacia atrás mientras Enrique comienza a jugar con el miembro de su valido con la lengua.

- Oh, mi señor...,- llega a murmurar un par de veces el joven privado.

- Mi buen Beltrán,- responde Enrique, tras unos instantes -. ¿Me sois fiel?,- la pregunta pilla a Beltrán totalmente desprevenido -. ¿Sois fiel a vuestro rey y a vuestro reino?

- S-sí.

- ¿Daríais vuestra vida por la de vuestro rey?

- Sí,- el tono de voz de Beltrán se vuelve cada vez más firme.

- Si vuestro rey os mandara cualquier orden, ¿la cumpliríais sin pensarlo?

- Sí.

- Necesito que preñéis a la reina.

- ¿Disculpad?

- Mi esposa no logra quedarse encinta, y eso que ya hemos intentado todos los métodos que la ciencia deja a nuestro alcance, pero no ha dado resultado. Vos sois mi fiel valido, y sois fuerte. Sois fornido y bello. Y esos son grandes alicientes para tener una descendencia sana.

- Pero yo... Vos... La reina...

- ¿Acaso vos tampoco...? Sois peor que un infante recién nacido...

Enrique se sienta en el trono, pero eleva sus piernas hasta ponerlas sobre su cuerpo.

- Demostradme que sabéis fornicar. Demostradme que Dios os proveyó de ese gran arma por algún motivo.

Beltrán se muerde el labio inferior mientras aprieta fuertemente sus puños y comienza a fruncir sus cejas, mirando fijamente a su rey, quien estaba en aquel trono en pose ominosa. Valiente y decididamente se acerca hasta él y, apoyándose en su cintura, penetra a Enrique con una entrada violenta, pero comienza a moverse más suave y sensualmente. Enrique cierra los ojos y saborea el momento. Beltrán no puede evitar mirarle fijamente, aún con el ceño fruncido. Enrique lentamente empieza a masturbarse. El placer casi extásico que asomaba al rostro del monarca le excitaba cada vez más y más, haciendo que le embistiera con más fuerza, provocándole sensuales gemidos.

Tras unos instantes, Enrique no aguanta más y eyacula sobre sí mismo, alertando un segundo antes a su amante con un pequeño grito placentero. Enrique se abandona a sí mismo, dejando caer sus brazos sobre los lados del trono, tomando aire para restablecer sus fuerzas. Beltrán continúa con sus envites. Enrique, con gran trabajo, abre sus cansados ojos. Y ahí le ve, con todo el vigor que poseía dentro de sí, sujetándole las piernas mientras continuaba sodomizándolo. Enrique trata de levantar uno de sus pesados brazos para acariciar su fornido cuerpo, empapado de sudor por el esfuerzo, pero en cuanto nota el contacto del roce, su brazo de repente le pesa diez veces más y lo deja caer, abandonándose de nuevo al descanso. De repente, nota que los envites de su valido ya no son tan seguidos, hasta que se detiene.

- Dis...disculpe mi... mi señor...,- responde Beltrán, entrecortado por los jadeos -. Ya... ya no he podido seguir...

- ¿Habéis terminado?,- Beltrán asiente jadeante mientras se separa de su superior y cae pesadamente al suelo, sentado, a los pies del trono. Enrique se acomoda normal en el asiento para, seguidamente, inclinarse hacia su amigo -. Mi buen Beltrán,- le dice mientras posa su mano sobre la cabeza de Beltrán -, habéis actuado tan bien como yo esperaba.

- No... no sé si la reina...

- La reina quedará muy satisfecha con vuestro trabajo. Y no me sorprendería que acabara teniendo gemelos. O trillizos,- sonríe Enrique -. Podéis vestiros e ir a sus aposentos. Ella ya os estará esperando.

- Gracias, majestad.

Beltrán toma sus ropas y sale de la sala, reverenciándose un par de veces antes de salir. Enrique se sienta en el trono, en la misma pose que cuando su vasallo entró, pero sin la capa, apoyando su cabeza sobre una de sus manos, sonriendo.



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